21 octubre, 2008

De monstruos



Estimado cómplice:

Hoy he querido escribirte en mitad de la noche cuando el silencio, más que el sueño, invita a cosechar evocaciones, a enumerar todo lo que aun queda por hacer. Me siento tan perdida cuando enumero; menos mal que tengo la excusa perfecta a la que siempre acudo cuando la matemática me falla “soy de letras, no de números” y es que fallo bastante y de manera tan matemática últimamente…
Todo está en penumbra y esta opacidad crea formas que la cabeza, en su transito diario, repele por miedo a considerarlas de nuevo como parte esencial de la historia. De mi historia en este caso. Siempre digo, cuando alguien me habla de llegar lejos, de tener éxito, dinero y cosas por el estilo; que mi mundo es humilde y que lo sustentan cosas pequeñas, sin pretensiones. Por dentro sin embargo, hay algo que silba como la válvula de una olla express y que me indica que miento. Mi ambición no es llegar lejos. Mi ambición es llegar con lo hecho bien hecho y, quién sabe en su caminar cotidiano si todo lo que uno hace lo hace de manera correcta. Recuerdo una noche entre copas, cuando de manera intranscendental comente a mi amigo Raúl, que mi dilema llegaba hasta tal punto que desde pequeña, cada noche, rememoraba todo lo que había dicho y hecho durante el día para encontrar cada fallo, cada palabra mal expresada o tarea mal elaborada; después me quedaba dormida con una promesa de enmienda para el día siguiente. Él sonrió de manera tierna, como se le sonríe a un niño o a un tonto, o tal vez a un loco. Aún sigo haciéndolo, aunque no siempre, no cada noche; sino mi vida sería una gran enmienda. Pero lo que sí que es cierto es que en medio de la oscuridad todo se ve más claro. Las cosas que evades de día se hacen más grandes de noche. Se convierten en monstruos que emergen de debajo de la alfombra, de encima del escritorio, que se sientan para observarte fijamente desde el borde de la cama, como esperando una respuesta. Y esta vez no son la ropa que has dejado sin guardar haciendo sombras confusas, no es algo que se desvanezca con la luz de la mesilla. Persisten en su implacable espera con una mirada que ya conozco, una respuesta que nunca he tenido. Así es que sé, que para bien o para mal, nunca dormiré sola. Por eso hoy me he levantado en mitad de la noche, cuando el silencio, más que el sueño, aguijonea a mis monstruos para insistir en el interrogatorio y, me he dejado caer por tus ojos para preguntarte si a ti también te ocurre. Para cerciorarme de que no he dejado de ser una niña y de que tal vez, dentro de mi pequeño mundo alguien me miré tiernamente y me sonría como a un tonto, o tal vez, mejor aún, como a un loco, y me de la clave para poder volver a la cama y que está, esté vacía por primera vez.

Atentamente me despido.
Siempre:
M.S.