27 enero, 2009

Entremuros

(A Juan José Domínguez)
Anochece y la luz ya no amortigua el matiz de los gestos que penetran de tus manos al descuido.
Una racha de aire entra por la ventana y aunque no quisiera tener que descubrirme, el viento esta vez desenreda de nuevo el fracaso. Es la estrella de la noche. Y yo sin telón, sin andamiaje ni luces, soy el teatro, la gradería por donde mi tristeza circula sin mueca con sus pies de cemento. Ella que no tiene más que un paso; un aspaviento seco para cada evidencia.
Anochece y el cansancio gesta el anhelo pero se lleva las ganas, los ojos abiertos. No trae sueños. Así sin dormir, me recojo de nuevo entre figuras polvorientas.
Hace tanto que no escribo…
Decir adiós no es fácil y aún así la gente arrincona pronto vivencias y vivos.
Y yo me pregunto porque mi cabeza urdida en nostalgias no puede enredar en ese olvido como lo hace cualquiera, cualquiera; cualquier otro. Cualquier otro quisiera ser esta noche; cualquier otro que no cerrara los ojos y te viera.
Dicen que la vida es distinta para quienes observan a través de las cosas, para los que hunden sus dedos en la mirada del otro buscando recodos inexistentes.
Hay tanto vacío que llenar en el hueco de mi mano que a veces me asusta pensar que tengo otra.
Dicen que la vida es distinta por advertir más allá de donde marca un extremo; y yo hoy aseguro que tras ese extremo solo queda una soledad inhóspita y un murmullo al fondo. El rumor de un piélago que aturde por dentro.
Resuena el eco de una sirena en la distancia. Quisiera ver el mar para poder soltarme del mástil y seguir a nado un camino que siempre resulta húmedo y asfixiante pero no hay mar donde yo vivo y ese aullido distante no reclama mi nombre, no solicita mis brazos, mi aliento herido de tacto y carencia. Definitivamente no hay mar donde yo vivo.
Entre luces de nuevo. En este oscurecer me revelo distinto. El mismo silencio tras la puerta, la misma decepción en el interior, las mismas paredes sin color pastel; no hay dulzura en un muro. Pero sobre todo queda la sensación de que todo vuelve a empezar y yo me siento viejo para ausencias, lamentos y ese poco de escarcha que titubea en los ojos en estos casos. No obstante me niego a declarar por baldío el latido que subsistió de la última contienda.
Sé que te puedo olvidar, que ya he comenzado a hacerlo pero, se que aún te quiero, que te amo como si fuese una costumbre, como si ese temblor hubiese estado aquí, siempre. Sé que estoy olvidando a cada instante; respiro alfileres y exhalo tu nombre. Eso es bueno. Poco a poco serás un extraño y nuestra vida en la distancia, será extrañamente plácida. Pero mientras llega, anochece y la luz no amortigua el matiz que deja el dolor de los gestos que penetran de tus manos al descuido. Mientras llega, oigo un canto de sirenas que me ahoga en la punción yerma de un silencio plomizo y violento; que me estrangula con esta holgura insondable que es tu falta.

16 enero, 2009

Mitad del miedo

Oiré llegar de puntillas el olvido.
Aquí,
en pie,
en mitad del miedo
y con el alma en equilibrio.

15 enero, 2009

Plenitud

Foto de Victorino G.


Sólo una ventana que va a parar al mundo.
La voz y el insomnio,
la mirada y todo lo que ella recrea
sin conciencia, ni reposo.
Sólo una ventana me queda
y lo que mi palabra camine
para dar sentido al cuerpo
que se abre como un tragaluz,
que va a parar al mundo.