15 octubre, 2008

Adios



Te quiero, lo sabes ¿verdad?
Pero no quiero que me llames, que me pidas unas horas de cualquier noche para besarme y arrancarme de nuevo el corazón.
Te quiero y como lo sabes, llevas entrando y saliendo de este apego mío por tus manos una eternidad. Y una eternidad, querido, es mucho tiempo.
He abandonado mis convicciones, mi futuro, cuarto y mitad de orgullo por tenerte y después de todo, la verdad es que nunca te he tenido. Poseerte no es tenerte, ahora lo sé. No encuentro una excusa aceptable para estar aquí, para llevarte más tiempo dentro, a cuestas. El peso es inmenso y el desnivel implacable.
No maldeciré más el día que te conocí, porque eso sería una manera más de recordarte.
No te odiaré después de un tiempo. Lo prometo. El amor y el odio son dos sentimientos nobles; el problema es que en medio de una agonía como esta, la desazón empieza a convertirlos en burdas excusas para utilizar el juego sucio. Tú me dijiste que nunca he sabido jugar a esa clase de juegos. Jugar con las cosas que hieren siempre es jugar sucio.
Quisiera no tener que echarte de menos. Quisiera una mañana despertar sin el peso de tu nombre aplastando mi cabeza contra la almohada. Quisiera encontrar un lugar donde vomitar todos los recuerdos para más tarde sentarme en el suelo y apreciar que el frío que hace temblar cada uno de mis músculos es por las baldosas que hay bajo mi cuerpo. Quisiera, quisiera, quisiera, quisiera no quererte más.
Hoy que todo tiene sabor a despedida, a viaje, a estéril, a desierto, hoy sólo pido que no vuelva, que no vuelvas, que no te vea, que no compruebe hasta que punto mis huesos precisan de los tuyos para seguir manteniéndome en pie. Hoy comienza el silencio. Todo lo que tuve que decir, ya lo he dicho y lo que no dije, mañana ya dará igual.
No obstante me reitero en las palabras más sinceras cuando te digo que te quiero.
Te quiero. Lo sabes ¿verdad?
Adiós.