20 diciembre, 2008

Desafío al calendario

Foto de Victorino García


Se termina un año. Apenas quedan ocho días y unido al turrón y a los regalos, llega otro gasto innecesario que es en principio, echar la vista atrás y ver si la lista de promesas que uno se hace el 1 de enero se cumplió. Por mi parte diré como defensa, que más que promesas fueron deseos. A día de hoy puedo señalar que tengo más claro que es lo que no quiero, que las personas me siguen sorprendiendo, que, será que los años no pasan en balde pero me cansan muchas cosas que hace un tiempo hubiera dado por habituales. He comprendido que no puedo mover el mundo, el mío, cuando otros se quedan inertes. Empujar siempre ha sido de mala educación, aunque este año por poco pierdo los modales. Que sigo sin comprender ciertas actitudes. Que para vivir hay que tomar decisiones y que no se puede mantener una posición ambigua por mucho tiempo sin dañar a quienes te rodean y esperan. Que no se puede esperar eternamente porque, esa es otra posición ambigua. Que, cómo odio las ambigüedades. Mis deseos y mis promesas no se han cumplido pero eso no quiere decir que no valore lo bueno que ha llegado por sorpresa. Lo que aprendí, aunque de manera punzante, me hace seguir con el paso más firme. No soy más fuerte que hace un año, ni más lista, ni más perspicaz. Creo que eso llega con el cordón umbilical y la placenta. La genética manda y a mi me tocó tener el pelo oscuro, la piel blanca, las piernas largas y afrontar el día a día como lo haría un dummie. Comprender que tu felicidad está en manos de otros, cuesta. El que piense que uno mismo puede optar por serlo sin el conjunto de todo lo que le rodea es que se quiere escudar en un onanismo mental. Mi promesa para este año que llega, es no hacer ni una sola promesa. En no desear que otros me quieran más o menos; o en que tenga que cambiar en esto o aquello. El 2009 que viene casi ya, con las puertas abiertas, me demostrará que sigo viva porque lo que si me dio la genética, mi madre, la vecina, el que riega las calles, el panadero; Maku, Sara, Paqui, Joserra; David, Sergio, el guardia que pone las multas, tú; tú, y tú..., son unas ganas enormes de vivir y dar cuenta de ello, en otro papel en blanco. Os deseo un buen año, tenga lo que tenga que venir.

06 diciembre, 2008

Otoño en Benedetti

Desenamorarse es ver el cuerpo
como es y no
como la otra mirada lo inventaba
es regresar más pobre al viejo enigma
y dar con la tristeza en el espejo.
Mario Benedetti

Cuánto frío puede encerrar un mes de noviembre.
Como si la infinidad, se fuese apaciguando bajo las hojas muertas que envuelven todas las calles, como si este otoño que azota con su respiración, no dejara tiempo ni oxígeno para el preludio del largo invierno que se esconde bajo el abrigo. Si me aguardase una chimenea, un fuego con fondo azul entre resplandores rojizos, un aroma de encina en mitad de la penumbra; tal vez, un día quisiera regresar a casa. Si al llegar no necesitara la llave, no precisara de encender la luz al entrar, de tener que dar tres vueltas al pestillo para confinar aun más este destierro. Si mi alfombra la estrenaran tus pies descalzos, el sofá lo cubriera tu piel desnuda, y mi boca tu sonrisa leve, tal vez, un día quisiera regresar a casa.
Mientras, camino por la calle con el frío invadiendo cada esquina de mi cuerpo, frío que se adhiere a la carne, que introduce sus dedos y tira con fuerza hasta el escalofrío. Busco en el próximo bar, un espacio donde se amontonen las voces en las esquinas, donde en mitad del griterío no pueda percibir conversaciones, sólo el bullicio de esos que, aun tienen algo que contar. Pero no a mí, a mi no, a otros; otros que no son yo. No quiero atender, no quiero entender. No quiero escuchar. Bebo el trago y me interno de nuevo a la impavidez de otra noche. Oscura, abstracta, una más.
Cuánto frío puede encerrar un mes de noviembre. Cuánto esfuerzo diario invertido en atontar cada minuto que paso sin ti, como si la infinidad se fuese apaciguando bajo las hojas muertas que escribo y que se pudren esperando desaparecer, como si el invierno se hubiese instalado para siempre en la profundidad de todo lo que me entregaste sin más. Hay que tener valor para asentir que uno siente, y que siente miedo cuando ama. Yo callé. Ahora que ya no estás, que me despliego en un silencio que me abofetea a su vuelta, sé que no podré encontrar, aunque quisiera, el regreso a casa. Que será noviembre, este noviembre sin tiempo ni oxigeno, todo el año.