15 octubre, 2008

Que te has ido

“Sé que al final tendré que marcharme yo, por que tú no te vas, por que a pesar de todo este tiempo tú no te has ido.
Hablo de saber, ¡Dios mío! como si en realidad, aquí parada frente a ti, diera la sensación de que estoy donde me ves, donde debo estar; cuando la vedad es que hace tiempo que vagabundeo, que me encuentro perdida. Es como si el camino se hubiese deshecho, como si las huellas que dejé ayer se las hubiese tragado la tierra. Tal vez es por eso que al respirar, las paredes de mis pulmones se arañan, será por eso que visiono tierra allá donde miro. Sumergida en la aridez de un desierto sin paisaje, sin sol; sin rastro alguno de supervivencia”.

Esto lo escribí hace un tiempo. No me marché como ves, aunque por dentro hice kilómetros hacía un sitio, hacia otro. Un sin sentido. Pero me detuve y busqué un lugar donde encontrarme, donde renunciarte. No hace falta estar lejos o en un lugar extraño para hallarse perdido (y yo lo estaba con este juego tuyo de “ni contigo ni sin ti”). Lo que hice fue desandar unos pasos y ver lo acontecido desde fuera, como si mis ojos fueran de otro. El dolor permanece, no quisiera tener que engañarte pero, ya no grita y se despedaza en añicos a cada momento. Queda una tristeza tenue. Un vivir bajo reserva. Después de todo, cuando algo se rompe, por mucho que lo intentes, a la hora de volver a unir las piezas, nunca vuelve a ser lo mismo. Y mucho menos cuando hablamos de interiores.
Ahora cada vez te pienso menos, cada vez sonrío más y me gustan las horas de charla en un café con otros. Otros que no son tú. Ahora voy a los lugares que pensamos ir algún día juntos y cuando miro, lo hago sólo para mí. Aún me queda un poco más por andar o desandar, ¡qué sé yo! lo que sí sé es que lograré no soñar contigo cualquiera de estas noches. Por eso, soy sincera al decirte que no esperes de nuevo a que yo te siga el juego. No me enseñes como lloran los hombres que dejaron de ser niños, de fantasear. No quiero que me muestres las líneas de tu mano ni que me digas que estamos hechos el uno para el otro. No. El camino se deshizo, las huellas que dejé ayer se las tragó la tierra, en esto siempre estuve en lo cierto. Me queda la tristeza tenue del que ya no teme; ese vivir bajo reserva que hace que desista en la obstinación añeja de quererte. Me queda seguir en este andar y desandar el camino hasta ver que es cierto que te has ido.